La Empatía.
La empatía es una
destreza básica de la comunicación interpersonal, ella permite un entendimiento
sólido entre dos personas, en consecuencia, la empatía es fundamental para
comprender en profundidad el mensaje del otro y así establecer un dialogo. Esta
habilidad de inferir los pensamientos y sentimientos de otros, genera
sentimientos de simpatía, comprensión y ternura.
Uno de los elementos clave que forma
la inteligencia emocional, es la empatía, la cual pertenece al dominio
interpersonal. La empatía es el rasgo característico de las relaciones
interpersonales exitosas.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando
hablamos de empatía? La empatía no es otra cosa que “la habilidad para estar
conscientes de, reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los
demás". En otras palabras, el ser empáticos es el ser capaces de “leer”
emocionalmente a las personas.
Es sin duda una habilidad que,
empleada con acierto, facilita el desenvolvimiento y progreso de todo tipo de
relación entre dos o más personas. Así como la autoconciencia emocional es un
elemento importantísimo en la potenciación de las habilidades intrapersonales
de la inteligencia emocional, la empatía viene a ser algo así como nuestra
conciencia social, pues a través de ella se pueden apreciar los sentimientos y
necesidades de los demás, dando pie a la calidez emocional, el compromiso, el
afecto y la sensibilidad.
Si por un lado, un
déficit en nuestra capacidad de autoconciencia emocional nos lleva a ser vistos
como analfabetos emocionales (ignorantes del reconocimiento de las propias
emociones), una insuficiencia en nuestra habilidad empática es el resultado de
una sordera emocional, pues a partir de ello, no tardan en evidenciarse fallas
en nuestra capacidad para interpretar adecuadamente las necesidades de los
demás, aquéllas que subyacen a los sentimientos expresos de las personas.
Por ello la empatía es algo así como
nuestro radar social, el cual nos permite navegar con acierto en el propio mar
de nuestras relaciones. Si no le prestamos atención, con seguridad
equivocaremos en rumbo y difícilmente arribaremos a buen puerto. Revisemos
ahora con detenimiento en qué nos es útil.
No es raro que se crea comprender al
otro sólo en base a lo que notamos superficialmente. Pero lo peor puede venir
al confrontar su posición con la nuestra y no “ver” más allá de nuestra propia
perspectiva y de lo aparentemente “evidente”.
Debemos saber que nuestras relaciones
se basan no sólo en contenidos manifiestos verbalmente, sino que existen
muchísimos otros mecanismos llenos de significados, que siempre están ahí y de
los que no siempre sabemos sacar partido. La postura, el tono o intensidad de
voz, la mirada, un gesto e incluso el silencio mismo, todos son portadores de
gran información, que siempre está a nuestra disposición, para ser
descodificada y darle la interpretación apropiada. De hecho, no podemos leer
las mentes, pero sí existen muchas sutiles señales, a veces “invisibles” en
apariencia, las cuales debemos aprender a “leer”.
Un individuo
empático puede ser descrito como una persona habilidosa en leer las situaciones
mientras tienen lugar, ajustándose a las mismas conforme éstas lo requieran; al
saber que una situación no es estática, sacan provecho de la retroalimentación,
toda vez que saben que el ignorar las distintas señales que reciben puede ser
perjudicial en su relación. Es también alguien que cuenta con una buena
capacidad de escucha, diestra en leer “pistas” no verbales; sabe cuando hablar
y cuando no, todo lo cual le facilita el camino para regular de manera
constructiva las emociones de los demás , beneficiando así sus relaciones
interpersonales.
El proceder con empatía no significa
estar de acuerdo con el otro. No implica dejar de lado las propias convicciones
y asumir como propias la del otro. Es más, se puede estar en completo
desacuerdo con alguien, sin por ello dejar de ser empáticos y respetar su
posición, aceptando como legítimas sus propias motivaciones.
A través de la lectura de las
necesidades de los demás, podemos reajustar nuestro actuar y siempre que
procedamos con sincero interés ello repercutirá en beneficio de nuestras
relaciones personales. Pero ello es algo a lo que debemos estar atentos en todo
momento, pues lo que funciona con una persona no funciona necesariamente con
otra, o es más, lo que en un momento funciona con una persona puede no servir
en otro con la misma.
Mahatma Gandhi sostenía lo siguiente
“las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo
terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y
entendieran su punto de vista”; en coherencia con ello, él decidió no proceder
con violencia en su propósito por lograr la independencia de su país, y contra
todo pronóstico la “resistencia pacífica” que propulsó fue el arma decisiva en
la consecución de la ansiada liberación de su patria, la India.
Ciertamente no tenemos que ser como
Gandhi para darnos cuenta que existen sutiles “armas” que podemos usar en
beneficio propio y de los demás, que no son para destruir sino para hacer
florecer relaciones provechosas en aras de nuestro crecimiento como seres
humanos. Finalmente, no es exagerado sostener que las bases de la moralidad
(que siempre es la interior) deben hallarse en la empatía, en la cual a su vez
(al ser llevada con integridad) está la raíz del altruismo.